lunes, 21 de mayo de 2007

Coma


"¿Qué harás pescador de oro
allá en los valles salados del mar?
¿Hallaste el tesoro secreto
de los pescados?"
(Rafael Alberti)

Me dejaste sintiendo la culpa de no llorarte, pensando esa vez que tocaste la puerta con las ganas de beber todo lo que había quedado en la botella. Carajo Fredy, si hubiese sido diferente estaría en otra parte!

Cuando colgué el teléfono, salí derechito al patio. Mire al cielo preguntando cuánto demoran las almas en hacerse un manojo de infinito. El cuerpo se impregnaba del tabaco que hubiéramos fumado juntos. De qué servía entonces mirar la noche, sentir que no era para tanto, pensar que mañana las cosas serían iguales sin ti, sin la mínima esperanza de llamarte para invadir ese parque y cagarnos de frío mientras me contabas lo irremediablemente inútil que era ver a las novias pasar sin sentirse culpable.


Cogí las llaves, revisé la billetera, y me fui a la calle para ver si afuera podía encontrar el aire que en casa me faltaba. Así pues me arrastraste a releer el primer poema que había escrito. Me dejaste con la culpa de no haberte visto, con la bulla perdida en el sur que tanto esquivabas. Si vieras Fredy como es que después inventé con mis amigos, las excusas para justificar la implosión de mis ojos. "¿Qué acaso no te da ganas de llorar?" -me decían horas después de haber colgado el teléfono. Me dejaste con la culpa de sobrevivir sin haber lacrimeado tu nombre, tu camisa, tu guitarra, tus amigos.


Y ahora que sólo mayo me recuerda tu partida, siento la culpa de no haberte escuchado, de no haber terminado el poema que escribía antes que esa llamada me arrancara la calma. Y ahora, ¡qué le digo a los ángeles escondidos!


Pasó el tiempo, dejé a Vallejo y regresé a Benedetti, volví a Vallejo y dormí con él hasta que conocí a Eielson. Y tú no estabas para burlarte de lo nuevo que salía en la tele. Desde que te has ido tengo más sueño, las luces perdieron parte de su señuelo de esperanza. Al final me quedaron tres amigos, ellos no saben que la noche que colgué el teléfono, salí desesperado por aire, para ver si las pocas nubes que habían en el escaso cielo, dibujaban por lo menos una esquina de tu nombre. Nada.


Dime Fredy, si hubieses esperado un poco, ¿sería todo distinto? Qué más da. Esa noche, me dijeron que habías muerto, y cuando un amigo se muere, también se muere el olvido. Carajo Fredy, me duelen los años contigo.