sábado, 6 de septiembre de 2008

Furvus Theologus

"Después de los cuerpos van las sombras
átomos dispersos que se encajan
en los pisos las paredes
que estallan en los bordes dilatándose
vuelven y se quedan en el mediodía
Van las sombras como cuerpos
Los cuerpos como viento".
(Jaime Agusto Shelley)


La vida es el arte de interpretar las sombras. El gobierno de las luces, aunque más extenso, es menos poderoso. Y aunque un destello genera sombras y nunca viceversa, las sombras siempre estarán en todas partes.


La luz tiene la desesperante propiedad de ser ineludible. Dios creó las sombras para que los ciegos no mueran desesperados.


El nervio óptico reacciona con desesperanza ante la luz, produce una serie de reacciones que se traducen en figuras, sombras finalmente, la luz no se ve, sólo se ven la sombra que ésta diagrama cuando rebota en un objeto. Los objetos son finalmente sombras que se palpan.


Pero cuando no hay sombras, la luz es una dolorosa ráfaga de fotones sin fin. Ver la oscura noche siempre será menos atosigante que dirigir las pupilas al Sol.


El principio de las luces y las sombras van de la mano con la experiencia humana. Complementarios al fin, ambos fantasmas existen porque el otro así lo demanda. Fuera de la luz y las sombras hay muy pocas cosas que expliquen el universo.


Vivir entonces gobernado primordialmente por las sombras no es un acto de masoquismo, es un requisito indispensable para allanar el paso a la luz que siempre llega. Y aunque las sombras nos hunda en lo oscuridad insalvable, nos penetre las moléculas con sus ondas de melancolía, sin ellas, nada sería cierto, nada sería humano. En la vida, dependemos de las sombras para sobrevivir, para ser mejores, para levantar los ojos hacia la luz y desafiarla a que desaparezca, para pisar tierra si se quiere.


El ser humano confundió lo malo con la tristeza, la tristeza con lo oscuro, lo oscuro con las sombras, y las sombras con lo malo para cerrar el círculo. No revelo nada al decir que gracias a las dualidades el mundo da vueltas. El Ying Yang nunca fue un misterio, sólo el efecto de pensar en que para vivir tenemos que saber que podemos morir, para respirar necesitamos saber que se siente perder el oxigeno, para ser felices requerimos de la tristeza.


Las sombras por lo tanto, son el estímulo y combustible que necesitamos en la vida para seguir existiendo y no morir en el intento.