sábado, 4 de agosto de 2007

Parafrasis de Adán


"Mi quinto amor fue una muchacha sucia
con quien pequé casi en la noche, casi en el mar."

(Martín Adán)


Mi primer amor me sorprendió a las cuatro de la tarde. Paso con sus maletas sin darse cuenta que yo le incrustaba las retinas siguiendo el paralelo descendente de sus piernas. Seducido, alocado. La llevé hacías las sombras para confesarle que sin ella todo estaba perdido. A veces su nombre aún me gobierna. Cuando le dije que la distancia era un monstruo que no había aprendido a destruir, me tocó el rostro, me disparó a los ojos con los ojos suyos, y consumó el indeseable acto de quien se despide para siempre. Te quiero -me dijo- y yo me hundí en el abismo.


Mi segundo amor me enseñó a morder los labios despacito. Tenía la solemnidad de una prusiana pero la lengua de porteña. Alta, blanca, jugosa, de nombre impronunciable. Nunca supe qué decirle por las noches. Había en sus besos un sorbo de arsénico y delirio que aprendí a domesticar en defensa propia. Quién sabe y era verdad lo que me decía, que más allá de sus labios nada era cierto. Se fue porque la ciudad le cansaba y me dejó bajo la puerta un cigarrillo que prendí en enero.

Mi tercer amor odiaba mi pasado, así que aprendí a odiarla.

Mi cuarto amor tenía nombre de monarca. Se levantaba como quien le pide al Sol un canto. Y yo le cantaba por las tardes, le escribía poesías, le tocaba las piernas. Con ella tuve mi primer suspiro, el que aún pulula en sus escaleras. Mi pecho era el nido de su rostro y sus manos eran la cuna de mi espalda. Decidimos no tentar la furia de Dios con tanto deseo, y cada quien se dirigió a su casa sin decir una sola palabra. Sólo volvió cuando murió mi abuela y me dijo que su rostro había encontrado otro nido y sus manos encunaban otra espalda. Desde entonces olvidé cómo era eso de los suspiros.

Mi sexto amor me alcanzó después de la cena para besarme la frente. Yo le rogué que tuviera misericordia de mi alma y me dejara libre. Me dijo que no tenía tiempo para eso. Antes de apocalipsis de su cuerpo, le confesé que de todos mis amores, sólo con ella perdía la fe. Una noche de junio decidió poner fin a mi holocausto y me soltó el brazo para siempre, no sin antes crucificarme con un gesto. Ahora sólo de ella no me olvido.


No hay comentarios.: