martes, 7 de agosto de 2007

De profundis clamavi

"Porque las saetas del Todopoderoso están en mí,
cuyo veneno bebe mi espíritu;
y terrores de Dios me combaten."
(Job 6:4)

Dios ya no me habla. Y sus herederos acusaron de caduca a mi alma, sin la mínima esperanza de acorralarme en sus trincheras. El cielo puede perdonar el descontrol, el desvío, puede aceptar que somos imperfectos, pero no concibe a un alma en silencio. Cuántos santos escondidos habrán padecido el mismo calvario, crucificados en el gólgota de un espíritu bombardeado por los ángeles vengativos.


No pecar es la afrenta más grande. La divinidad está reservada para los eternos, no para los hombres de sangre y hueso. Qué hubiese sido del mundo si me él me hubiese hablado, digamos perdonado. Pero el peso del castigo ha devastado mis rodillas. Mía es la culpa y mío es el castigo. Dios ya no me habla porque es justo que sigua en silencio.


Estoy llorándote Señor y es inevitable. Qué enorme afrenta el pararme frente a ti sin poder decirte que en mis últimos suspiros no quisiera tenerte cerca. Que desgracia perderte y perderme en el valle de las tinieblas. Te quiero, te amo, pero no te perdono. Así de humano me creaste, así de humano me humillo.


Tengo la piel cansada de estar mirándome. Mañana, con el viento empañándome las córneas, volveré al armagedon de mi suplicio, te miraré abatido, y rogándote como todos los días por que pronuncies una sola letra del alfabeto, besaré el suelo que sabe a infiernos, y sentiré que es justo y lo merezco. Es triste saber que ya no me hablas, y yo ni te miro.


No hay comentarios.: